Intervenciones especiales [pp. 29-35]
Una dificultad en el análisis de las mujeres: el estrago de la relación con la madre

Marie-Hélène Brousse

École de la Cause Freudienne (ECF). New Lacanian School (NLS)



Traducción: Margarita Álvarez Villanueva (ELP - Barcelona). Asociación Mundial de Psicoanálisis

La práctica del psicoanálisis pone en evidencia un real clínico que vuelve siempre al mismo lugar. Este era el planteamiento de Freud en Pegan a un niño (1919 [1984]). Freud constató en la cura de seis analizantes distintas, la presencia de un mismo enunciado correlativo de una misma obtención de goce sexual. Mi trabajo parte igualmente de la repetición, en numerosas curas, de un mismo elemento: el estrago madre-hija tal como viene a habitar la trasferencia. Esta cuestión aparece como una dificultad en el análisis de las mujeres, ya señalada por Freud.

En los momentos difíciles del proceso analítico cuando la relación estragante con la madre ocupa el primer plano, la cuestión del semblante es central. La fórmula de Jacques-Alain Miller, “el acto [analítico] parte del semblante, pero no soporta el semblante” (2001), caracteriza perfectamente la posición subjetiva de los sujetos cuyas curas topan con el estrago.

La vacilación del semblante es un rasgo esencial de estos momentos de crisis bajo trasferencia en que el analista y el análisis toman entonces la consistencia de un real insoportable. Puesto al desnudo, el semblante se encuentra transformado en mentira o degradado a un marco irrisorio que se desmorona bajo los asaltos de este real, descalificando la función misma de la palabra. La zona del estrago es también un lugar electivo de vacilación de los semblantes, lo que en sí mismo constituye un problema clínico. El “estrago” del sujeto femenino, que Lacan menciona en El atolondradicho “El estrago que constituye para la mujer la relación con la madre” (Lacan, 2012, pág. 489), se presenta en el análisis articulado con el amor de trasferencia.

Con otros términos, Freud aborda esta cuestión al final de su obra. Subraya cada vez más la importancia, que dice haber subestimado, de la relación precoz madre-hija. Vincula con esta relación primordial el tope de todo análisis de una mujer en el penisneid, que le ha valido desde siempre las protestas feministas. Se puede releer también, a la luz de la problemática del estrago, el artículo tardío de Melanie Klein sobre la envidia. Los ejemplos son numerosos en la clínica: los datos que Dominique Laurent reúne en la expresión “reina de la noche” [1] aportan un elemento nuevo al problema en su referencia explícita a la transferencia con la analista.

Después de numerosos años de riguroso trabajo analítico con estos analizantes, trabajo que permite constatar ciertas modificaciones en la posición subjetiva, el estrago hace su entrada en la situación analítica, sea de manera nueva, sea de manera desnuda, ciertamente siguiendo la lógica precedentemente desplegada por el sujeto. Esta experiencia cuestiona necesariamente el deseo del analista tal como Lacan introduce el concepto en La dirección de la cura (1958), en la parte titulada “¿Cómo actuar con el propio ser?”. La exposición de Dominique Laurent, como los relatos de algunas analizantes que me vinieron a ver después de una ruptura del lazo transferencial con su analista (hombre o mujer) que había tomado para ellas la figura del estrago, ilustran hasta qué punto la partida puede ser difícil. Más allá de los elementos anecdóticos analizables en términos de contratransferencia, y por tanto de resistencia del analista, esta dificultad señala un punto de real clínico que exige por parte del analista un tratamiento serio, es decir, estructural. ¿Por qué hay antagonismo entre este tipo de relación con la madre, calificada por Lacan de estrago, y ya identificada con otras expresiones por Freud, y el discurso analítico?

El penisneid es para Freud el límite del análisis de los sujetos femeninos. El estrago sería entonces una de las modalidades del penisneid tal como se despliega en el análisis. Ciertamente, Freud hace del penisneid el resorte del complejo de Edipo en la niña en el momento de la fase fálica:

Ella nota el pene de un hermano o un compañerito de juegos, pene bien visible y de notable tamaño, y al punto discierne como el correspondiente superior de su propio órgano, pequeño y escondido; a partir de ahí cae víctima de la envidia de pene (...). Ha visto eso, sabe que no lo tiene y quiere tenerlo. (Freud, 1925 [1984], pág. 271)

Conviene dar al término “escondido” todo su peso. La niña lo tiene bajo ese modo y bajo ese modo del tener entra para ella en la problemática de la feminidad, problemática que toca también a su madre. Los objetos preciosos de la madre están escondidos: armarios cerrados, cajones secretos, objetos fuera del intercambio celosamente guardados por la madre para su propio goce.

Freud hace derivar de la envidia del pene, la sexualidad femenina y advierte que “sus consecuencias psíquicas son múltiples y de vasto alcance” (1925 [1984]). La primera consecuencia es la “cicatriz”: es la marca del narcisismo femenino. Se puede ver ahí la marca de fábrica de la relación que una mujer tiene con el cuerpo femenino, poniendo la herida, la llaga en el corazón de la imagen con la forma de lo que la sutura. La segunda son los “celos”: según Freud es la marca de fábrica del fantasma Pegan a un niño (1919 [1984]); él atribuye en este texto al sujeto femenino como “residuo de la fase fálica”. Según él, el punto reconstruido en el análisis es el padre como el que pega y, en consecuencia, el fantasma hace pasar de la madre al padre. La tercera consecuencia toca a la relación con la madre designada como responsable de la falta de la niña y sospechosa de gozar con ello: es el “estrago”. La cuarta es la reacción contra el onanismo que, según Freud, abre la vía a la sexualidad femenina siguiendo el famoso “deslizamiento” de los objetos femeninos. El deslizamiento no es el intercambio y se esclarece más por la metonimia que por la metáfora y la sustitución.

En el artículo siguiente Sobre la sexualidad femenina (1931 [1984]), Freud acentúa más el odio hacia la madre, constituido de diversos reproches, entre ellos el de la seducción, explicando la intensidad de este odio por la intensidad del amor que le ha precedido y por la decepción. Para Freud, el estrago está estrictamente correlacionado con el destino del falo en la niña.

Es el mismo término de envidia que Melanie Klein retoma en su texto Envidia y gratitud (1957[1988]) para caracterizar el punto de imposible en el análisis, con un pesimismo que se apoya en una quiebra originaria de la relación con el Otro materno, quiebra de acento paranoico: “Morder el seno nutricio”, morder la mano que alimenta y, haciéndolo, sabotear de entrada la relación con el Otro del que el sujeto podría nutrirse.

Estos diferentes elementos freudianos son retomados de manera depurada por Lacan en el Seminario Las formaciones del inconsciente (1957-1958[1984]), particularmente en los capítulos XIV, XV y XVI. Él interroga la fase fálica en la serie de su modelización de los tres tiempos del Edipo. El marco se sitúa de entrada: es el del deseo ordenado por la ley del significante, en tanto que:

Participa en una aventura primordial, que está allí inscrito y que se articula, y que nosotros referimos siempre a algo original que ocurrió en la infancia y que fue reprimido. (...) La aventura primordial de lo que ocurrió en torno al deseo infantil, el deseo esencial, que es el deseo del deseo del Otro, o el deseo de ser deseado. Lo que se ha inscrito en el sujeto a lo largo de esta aventura queda ahí, permanente, subyacente. (Lacan, 1957-1958[1984], pág. 271)

La relación con este Otro primordial que es la madre viene a sustituirse a

La economía de las gratificaciones, los cuidados, las fijaciones, las agresiones —se reconoce ahí a Melanie Klein— y a centrar el destino del sujeto en relación al deseo del Otro. (...) He aquí que se inscribe, a medida que se desarrolla la historia del sujeto, en su estructura —son las peripecias, los avatares, de la constitución de dicho deseo en tanto que está sometido a la ley del deseo del Otro. (Lacan, 1957-1958[1984])

Lacan reformula de este modo la cuestión de la relación primordial con la madre, planteando que lo que cuenta es hacerle reconocer al sujeto, qué hace que se haya visto llevado a convertirse o no en el que responde a esa x, que es el deseo de la madre.

Devenir en el ser deseado o no es uno de los aspectos de la apuesta. El sujeto busca saber lo que orienta el deseo de la madre para calcular su lugar. Esta dialéctica comporta un tercero, el padre, “presencia de un personaje, deseado o rival”. Este tercer término permite o no al niño “ser un niño demandado o no”; más allá de la captura imaginaria, algo permite al niño ser significado. Este algo es un símbolo, un significante que el sujeto tiene para hacerse reconocer.

Lacan retoma entonces la cuestión del penisneid diferenciando tres modalidades: 1) En el sentido del fantasma, el anhelo de que el clítoris sea un pene: castración, es decir, amputación de un objeto imaginario; 2) deseo del pene del padre: frustración de un objeto real; 3) deseo de un niño del padre: privación real que afecta a un objeto simbólico. Para cada una de estas modalidades, el agente de la falta tiene su importancia.

El niño entra en la estructura significante al reverso del pasaje de la mujer en la dialéctica social como objeto. De ahí la deducción de Lacan: o bien el niño abandona estos objetos y se hace él mismo objeto de intercambio, o bien los conserva más allá de su valor de intercambio. El falo es entonces la barrera a la satisfacción de ser el objeto exclusivo del deseo de la madre. Formación del Ideal de un lado, goce del objeto de la madre por otro.

Tanto para Freud como para Lacan, se trata de un modelo que recibe valores singulares según la historia del sujeto. Pero en todos los casos la relación madre hija se centra en la reivindicación fálica.

En esta perspectiva, ¿qué es el estrago? La madre queda como el Otro no tocado por el intercambio fálico y la ley simbólica, ella permanece como el objeto único del hijo. Una respuesta es ser el fetiche de la madre. Pero este fetiche es siempre superfluo puesto que el Otro traumático (es decir, el Otro de la satisfacción sexual) está completo. Otra respuesta consiste en arrancar a la madre lo que de todas maneras no entrará en el intercambio que no hay, y que, en tanto que arrancado, se convierte en un desecho.

En todos los casos, el estrago está vinculado al intercambio fálico imposible, porque algo en la madre ha escapado a la ley simbólica que la habría hecho entrar en la estructura del intercambio. Por este hecho, ella tiende a permanecer como Otro real, es interpretada como Otro del goce. Convoca así a la fusión imposible o a la persecución.

En cada sujeto que responde a esta coyuntura, el origen, o incluso lo que Lacan llama la aventura primordial de lo que ha pasado alrededor del deseo infantil, que es siempre el mismo, es diferente. En esta perspectiva, el estrago proviene de una falla que ha afectado, en lo que Lacan llama la tríada, a la palabra.

El estrago se sitúa en el campo de la relación entre el sujeto y la madre, incluyendo al Otro del lenguaje y la relación de la palabra. Este campo nombrado por Lacan “deseo de la madre”, a entender según las dos modalidades del genitivo francés, comporta una zona oscura, no saturada por el Nombre del Padre, y como tal sin límite definido.

No se trata de reducir el estrago a la relación dual con la madre. Freud ya había tomado posición sobre este punto, pero Lacan viene a clarificar más las cosas demostrando que la relación madre-hijo se sitúa de entrada en el campo simbólico. Es importante recordar este punto, porque la deriva hacia una posición autárquica entre la madre y el hijo sigue siendo una vía que no por falsa es menos frecuentada.

Desde el Fort-Da, el Otro está allí. Está allí también en la cita agustiniana referida por Lacan a menudo, porque la referencia a la no-palabra introduce el orden mismo del lenguaje. La singularidad no se ha de buscar a partir de una relación que escaparía al discurso, y que por lo mismo estaría en contacto directo con lo real, lo que llevaría necesariamente a identificar estrago y psicosis. Ella lleva más bien a especificar el tipo de emergencia singular del lenguaje en el sujeto.

Pienso en esta nota de Lacan: “(...) El inconsciente está estructurado como un lenguaje. Con una reserva: lo que crea la estructura es la manera en que el lenguaje emerge al principio en un ser humano. Es, en último análisis, lo que nos permite hablar de estructura” (Lacan, 1976). Prosigue:

Los lenguajes tiene algo en común —quizás no todos porque no podemos conocerlos todos, puede haber excepciones— pero es cierto de los lenguajes que encontramos al tratar a los sujetos que vemos. A veces, guardan la memoria de un primer lenguaje, diferente del que han acabado hablando. (Lacan, 1976)

Ciertamente, la continuación del texto y su referencia al artículo de Freud sobre el fetichismo, indican que piensa en lenguas extranjeras, pero se puede también darle su radicalidad considerando que todo sujeto ha hablado un primer lenguaje, aunque fuera en la misma lengua. El estrago toca a esta manera particular en que el lenguaje ha emergido en un sujeto. Compete a los confines de la marcación simbólica: es mi primera hipótesis. Las curas que me enseñan, me permiten calificar esta particularidad (tal como ella lleva la marca de la reconstrucción en análisis) de lo “primordial en la infancia”.

Esta emergencia puede tener lugar bajo la forma del insulto. Jean-Claude Milner en Los nombres indistintos ha escrito, a propósito del insulto, que “el sujeto se encuentra convocado a portar un nombre cuyo contenido de propiedad se resume en el solo acto de proferir” (1999). Añade: “No es tal que el que se nombra tal y solo lo es en el instante mismo en que se le nombra. La propiedad no subsiste fuera de la nominación". Se ve la falta de perennidad. Divirtámonos con el equívoco que se desliza en esta falta de padre (manque de père - manque de pérennité) de tal nombre, que no tiene más recurso para alcanzar cierta estabilidad que la del objeto. Así se entiende el objeto en injurias diversas como “estiércol, marranada, mierda”, etc. Al lugar de un punto de capitón, se sustituye la fijeza de un objeto de goce que bloquea, haciendo tope, la deriva metafórica de los significantes clave y conduce al sujeto al ser del objeto que fue para el Otro: negación de falta en ser y asignación de un ser de objeto desecho.

Emergencia bajo la forma de la crítica del lenguaje aprendido por el niño de un Otro, crítica que reconduce al insulto. Emergencia bajo forma de un rechazo: “la que está delante de mí, no es ya mi hija”, que ha desanimado al sujeto al confrontarse con el niño querido de la madre que descubría haber sido en el momento en que cesaba de serlo. Emergencia aún bajo la forma del imperativo de silencio de un dedo puesto sobre la boca, que se asocia viniendo a castigar lo que queda fuera de la palabra.

El punto común de estas emergencias, por otra parte distintas, que dan lugar a destinos estructurales y síntomas muy diversos, es de entrada la conexión de estas experiencias de palabra con lo sexual como traumático, con la experiencia pulsional del sujeto. En todas estas ocurrencias, la palabra del Otro materno está asociada al descubrimiento de una experiencia de goce.

Pero, (segunda característica) esta emergencia sobre un fondo de goce sexual traumático, es decir, de marca en el cuerpo por un significante, se efectúa en el momento en que surge la diferencia de los sexos, en el seno de la función fálica, bajo la forma de un enigma. En fin, esta emergencia consagra la creencia inquebrantable en la omnipotencia de un Otro no castrado, de una Madre que escapa a la falta de la castración y que presenta al sujeto una alternativa mortal: o bien el rechazo o bien la reintegración de su producto por la generadora.

Cada sujeto responde a esta coyuntura, es la aventura primordial de lo que ha pasado en torno al deseo infantil.

Para Freud, el estrago está estrictamente correlacionado al destino del falo materno en la hija. La categoría de la demanda, diferenciada de la del deseo, permite a Lacan precisar el penisneid y su avance sobre la cuestión del falo, es decir, su separación del órgano pene y su definición, a partir de los primeros seminarios, como significación. Es decir, unidad de medida del valor libidinal de los objetos. Luego como significante del deseo, producto de una modificación de perspectiva. Incluso la referencia a la estructura del lenguaje del inconsciente se completa con el modo de emergencia de la palabra para cernir el fenómeno de estrago que aparece en el campo del “deseo de la madre”.

Sobre esta x del deseo de la madre, nuestra experiencia en los carteles del pase de la École de la Cause Freudienne (ECF) ha sido muy enseñante. Descubrimos en efecto que, fuera cual fuera la estructura del sujeto femenino, las contingencias de la historia del sujeto, o el síntoma, se desprendía una invariante. La x del deseo materno tomaba siempre en un momento dado del análisis el valor de la muerte. El significado para el sujeto era ser el hijo del que se había querido la muerte. Este dato clínico viene a precisar el término de estrago.
Éric Laurent ha subrayado, después de mi primera exposición en la Jornada de los AE de la ECF 2000, que en la actualidad es claro, a diferencia de la época freudiana, que las hijas lo experimentan, lo que no les impide pedirlo con una reivindicación absoluta, sin límite. No hay límite al fetichismo materno: yo nombro así la relación con el falo materno construido por estos sujetos, que no tienen otro medio que encarnarlo o intentar arrancarlo.

Esto es lo que se constata en estos casos de estrago en los que la función paterna demuestra no apaciguar, apareciendo el padre como al servicio del capricho materno y no como agente de su privación. En las curas sobre las que tomo apoyo, el rasgo que caracteriza al padre es siempre la impotencia. Esta impotencia compete al goce desvelado en el servicio de la madre. La clínica muestra, por otra parte, que esta misma configuración en el chico produce trastornos precisos de la función sexual. El padre de la promesa y, en consecuencia, del don, que viene a hacer de contrapunto a la demanda, está afectado por un sentimiento de increencia. Lacan, en los Escritos, califica de trasferencia este pasaje de la madre al padre.

El estrago a la luz del falo lleva a pensar que está articulado a una identificación masculina con la cual viene a dar el contrapunto de una feminidad insoportable.

El avance de Lacan permite sin embargo abordar las cosas por una vía distinta, que no es alternativa, sino suplementaria. En efecto, el deseo de la madre está lejos de ser completamente saturado por el significante. Hay en la madre, al lado del deseo, un goce desconocido, femenino.

La disyunción operada por Lacan entre madre, del lado de la universalidad fálica, y mujer, del lado de la inconsistencia del universal, permite progresar sobre la cuestión del estrago. ¿No habría otra cara del estrago, que no reenviaría enteramente a la demanda y al deseo fálico sino también a un sin límite en relación con la particularidad de la sexuación femenina?

Hemos mostrado cómo en el inconsciente el deseo de la madre supuestamente se satura con la significación fálica, vinculada con el Nombre del Padre. Existe sin embargo un resto que escapa al falo. Lacan trabaja esta cuestión en el Seminario El deseo y su interpretación (1958-1959 [20014]), en las lecciones dedicadas a Hamlet. Evoca allí el goce sin límite paterno de la madre de Hamlet, a la que califica de “verdadera genital”. Se puede ver allí el surgimiento de un goce femenino, no reducible al deseo, y refractario al límite simbólico. El estrago puede aparecer en el punto de goce enigmático percibido en la madre por la hija, goce no limitado por el falo.

Freud calificaba de cicatriz la castración de entrada en la mujer, y hacía de ella la marca del narcisismo femenino. Pero la cicatriz es una solución que moviliza la castración e integra la falta, es decir, lo simbólico como borde. Ahora bien, que la castración esté de entrada tiene también como consecuencia una ausencia de límite. Y la cuestión del cuerpo no se deja llevar del todo, en la clínica, con la cicatriz. Cicatriz que es ya un nombre fálico dado a lo irrepresentable femenino, de esto que del cuerpo se deja difícilmente reabsorber en el cuerpo simbólico.

El trabajo de Jacques-Alain Miller y Éric Laurent, a partir del texto de Lacan consagrado a Marguerite Duras y a Lol V. Stein, ha venido a esclarecer para mí la cuestión del estrago.

Propongo la tesis siguiente: el estrago está tomado en el arrebato. Esto es a lo que me lleva la palabra analizante y el saber que deposita. La primera cualidad exigible a un analista es la de dejarse enseñar por esta palabra, dócilmente, a lo que objeta a menudo la angustia y la culpabilidad, como había subrayado Monique Kusnierek en una exposición presentada en una velada de los AE de la ECF.

"Arrebatar" (ravir) tiene dos vertientes. Por un lado remite a “robo”, y Lacan en la clase del 3 de marzo de 1972, del Seminario …o peor (1971-1972 [2014]), caracteriza uno de los aspectos de la sexualidad femenina en su relación con la función fálica como quererla arrebatar (ravir) al hombre. Por otro lado, remite a “estar raptada”, es decir sustraída a sí misma, y evoca la estatua de santa Teresa de Bernini en la cual Lacan indexa los éxtasis femeninos: es el Otro goce entonces el que está en juego. Jacques-Alain Miller plantea que el arrebato está vinculado al cuerpo, o más precisamente al hecho de tener un cuerpo, el cual puede entonces ser sustraído. El arrebato toca al registro del tener como al del ser.

La lógica fálica está aquí presente. La madre se declara una raptora de cuerpo. Lo es por estructura, podríamos decir, puesto que ella habla. Pero es también una raptora del hijo a razón misma de los cuidados que da. Estar raptada es estar descompletada de su cuerpo, con el efecto de goce que sigue a la deslocalización. En todas las curas que constituyen el real de la clínica sobre el que apoyo esta reflexión, la irrupción de la perspectiva del estrago en el vínculo transferencial coincidía con el acento puesto en el cuerpo.

En la relación de estrago —puesto que es una relación y yo pienso incluso una relación que suple la relación sexual que no hay—, el sujeto está desposeído de su lugar. Este lugar que no existe puede declinarse como palabra y el sujeto es entonces reducido al “silencio”; como cuerpo, y el sujeto no es más que un “cuerpo en exceso”, o una carne desfalizada que es un “agujero negro”; como errancia, fenómeno de despersonalización, de autodesaparición. Estas modalidades están sin duda determinadas por la manera en que el lenguaje a hecho marca en la experiencia sexual traumática.

El arrebato es una forma de pérdida corporal no simbolizable por el significante fálico, una no reducción de las imágenes cautivadoras a la imagen central del cuerpo, una no inscripción del cuerpo en el deseo del Otro. Yo diría, siempre apoyándome en la palabra analizante: “Una niña cae en un agujero”. Este “no lugar en el Otro” no está apaciguado por la función paterna, puesto que se apunta a obtener este lugar en cortocircuito por el amor, sin pasar por la promesa. Pero no hay ninguna vía de acceso a este Otro no tocado en su vertiente no fálica: no le queda más al sujeto que elegir entre la destrucción odiosa y la locura, perspectivas igualmente nefastas. Esta opción puede llevar al sujeto a una fascinación por un partenaire que entra en la categoría de las mujeres locas, o a definir a la madre de esta manera. El sujeto queda fascinado por un goce femenino que no saca del falo su consistencia.

La cuestión del cuerpo o de la pérdida de cuerpo desvela la cara narcisista del estrago. Esta ve acrecentada su potencia por el hecho de que el sujeto femenino no ha hecho su duelo de la madre del fetiche, que no ha entrado en el registro del intercambio. Es el falo como significante y no como fetiche el que vuelve posible el intercambio, incluido el intercambio de mujeres. Una característica de estos sujetos es su dificultad en la vida amorosa (necesariamente heterosexual en el sentido que Lacan da a este término) a consentir poner en juego su cuerpo en el intercambio simbólico. Esta dificultad se declina en la relación sexual y en la maternidad. Dificultad de dar o, incluso, a prestarse. Lo que se apunta, y es al mismo tiempo insoportable, es una fascinación, una captura fusional. ¿Como una madre da cuerpo? Se trata necesariamente de un cuerpo mermado, que pasa la transmisión de los objetos metonímicos del cuerpo en la relación madre-hija. Contrariamente a esta transmisión, es coherente avanzar en el planteo de que el estrago es la consecuencia del arrebato, y moviliza lo insaciable del amor más que el deseo.

Este cuerpo que elige en la relación con el Otro intocable por la palabra, y que la estrategia del sujeto es dejar intocable, moviliza de manera particular la cuestión del semblante. Ahí también la palabra analizante constituye un saber. La imagen corporal no llega a cubrir el agujero, desfalizado. Así la vestidura puede tomar un valor particular: velo del cuerpo que no hay, o mentira. "La dama es bella con su vestido verde", dice una niña. “No, no es la dama la que es bella, dice la madre, es el vestido”. Ejemplo mismo del arrebato y entrada del vestido y otros accesorios en la categoría de la pacotilla, de la imitación.

Esta imitación es el semblante en tanto no está tomado en la metonimia de los objetos a partir del cuerpo, y permanece en contacto directo con la falta de significante de lo femenino, separado de la dinámica del intercambio simbólico que es el vínculo de discurso.

Lacan en El atolondradicho (2012), define el semblante en función de la ausencia de la relación sexual, diciendo que la función fálica es un modo de acceso sin esperanza a la relación sexual, “función que no se sostiene más que de parecer” (Lacan, 2012). Del lado del sujeto femenino, planteo la hipótesis de que el estrago, con el tratamiento particular fuera de discurso que implica del cuerpo, es otro modo de acceso sin esperanza. Él desvela, para retomar una expresión de Lacan en este mismo texto, que “lo real de esta playa (construida por el Nombre del Padre) al naufragar el semblante ’realiza’ en efecto la relación de la que el semblante constituye el suplemento, pero no más de lo que el fantasma sostiene nuestra realidad” (Lacan, 2012, pág. 484). El estrago desvela entonces lo real de esta playa. Cuando es el fantasma el que sostiene la realidad, es el objeto el que es movilizado por el deseo en el partenaire. Cuando es el estrago, es el arrebato del cuerpo por el partenaire el que es imputado por el sujeto a este mismo partenaire en un odioamoramiento.

Lo que Lacan enuncia en el seminario RSI, poniendo en paralelo la mujer como síntoma para un hombre y el estrago que puede ser un hombre para una mujer, va en este sentido. Un hombre, estrago para una mujer, es el que reaviva el sin límite del goce femenino no saturado por la función fálica. No hay límite, dice Lacan a las concesiones que cada una hace por “un” hombre.

En resumen, se puede considerar que el estrago comporta una cara fálica de reivindicación articulada al deseo de la madre, y una cara no todo fálica que compete al arrebato del cuerpo, y que está vinculada a la dificultad de simbolizar el goce femenino.

Se pueden enunciar entonces los tres puntos siguientes: 1) el estrago compete al modo de emergencia del lenguaje en un sujeto, y hace referencia al Otro primordial; 2) el estrago se sitúa, en el momento de introducción de lo sexual, en la perspectiva de una satisfacción directa de la demanda por la madre, la cual, si no excluye la función fálica, no la plantea en términos de intercambio y de pérdida; 3) el estrago es en un sujeto femenino la consecuencia del arrebato determinado por la ausencia del significante de la mujer, ausencia entrevista por el sujeto en el contacto con lo que, en su madre, no se dejaba reducir al deseo y al significante fálico, sino que tocaba a una ausencia de límite. Concierne para el sujeto femenino lo real fuera de cuerpo del sexo, es decir, una parte de goce no reducible a la significación fálica y moviliza o más bien inmoviliza al sujeto alternativamente en el odioamoramiento de la demanda absoluta y en la aspiración por la imagen de lo insignificable.

En fin, el estrago se encuentra en el punto donde el semblante fracasa. Es entonces tratable en la cura analítica puesto que el “acto (analítico) parte del semblante, pero no soporta el semblante” (Miller, 2001). En el análisis, el semblante se pone al desnudo, lo que da al sujeto una oportunidad de inventarse un nombre que no tiene, para delimitar la zona de real en los confines de la palabra.

Referencias

Freud, S. (1919 [1984]). “Pegan a un niño” en Obras Completas, vol. XVII, Buenos Aires: Amorrortu Editores.

Freud, S. (1925 [1984]). “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica” en Obras Completas, vol. XIX, Buenos Aires: Amorrortu Editores.

Freud, S. (1931 [1984]). “Sobre la sexualidad femenina” en Obras Completas, vol. XX, Buenos Aires: Amorrortu Editores.

Klein, M. (1957[1988]). Envidia y gratitud. Buenos Aires: Paidós

Lacan, J. (1957-1958[1984]). El Seminario, Libro V: Las formaciones del inconsciente. Buenos Aires: Paidós.

Lacan, J. (1958-1959 [2014]). El Seminario, Libro VI: El deseo y su interpretación. Buenos Aires: Paidós.

Lacan, J. (1958 [1976]). "La dirección de la cura y los principios de su poder" en Escritos II. México: Siglo XXI.

Lacan, J. (1976). “Conférences et entretiens dans les universités nord-américaines” en Scilicet 6/7. Paris: Le Seuil.

Lacan, J. (2012). “El atolondradicho” en Otros escritos, Buenos Aires: Paidós.

Lacan, J. (2012). “Televisión” en Otros escritos, Buenos Aires: Paidós.

Miller, J-A. (2001). “Quand les semblants vacillent...” en La Cause freudienne. Marzo de 2001. Número 47. París: ECF.

Milner, J. (1999). Los nombres indistintos. Buenos Aires: Manantial.



NOTAS

[1Marie-Hélène Brousse alude al “Desidentificación de una mujer” publicado en Freudiana N° 31.